Bosque Profundo

Supongamos una media de vida de 84 años, aproximadamente. Le voy a quitar 4 años (siendo optimista) debido al maravilloso desgaste azucarado al que estoy sometida. Eso nos deja con 80 años. Lo que viene a significar que ya he vivido un cuarto de lo que me toca (ya que la gente se empeña en recordarme que no puedo vivir 15 decenios...). Mi primer recuerdo data de cuando tenía tres años, y es un recuerdo estúpido, de esos que te hacen una gracia horrorosa. Pero le tengo cariño, por eso de que es el primero. Eso nos deja con 17 años de uso de razón. Puedo afirmar con bastante certeza que mis años más felices empezaron a los 5 y terminaron a los 10. Quizá podría alargarse dicho periodo hasta los 12, pero sólo porque a esa edad seguía siendo especialmente ingenua. No puedo negar que de los 12 a los 20 he vivido buenos, y grandes momentos. Al fin y al cabo es, más o menos, el periodo en el que más experiencias vivimos. Pero no puedo comparar. No es lo mismo, ni mucho menos. Muchas veces me gustaría recuperar la inocencia de aquella época. Me gustaría poder volver a sentir aquella curiosidad contra la que siempre se me previno. La magia de cada cosa, cuando la niebla o el viento no tenían explicación, y la tele estaba llena de gnomos que vivían en esa cosa abultada que tenía detrás. Todo era nuevo a estrenar, y no parecía que llevase siglos en el mismo sitio. No necesitaba extraer una lección de cada cosa, ni pensar en el futuro a largo plazo. Casi cualquier cosa conseguía emocionarme, y podía perseguir mis pasiones sin valorar si iba a procurarme un trabajo digno y un sueldo estable. Hasta los 10 años, no había notas, sólo “progresaba adecuadamente”, ni existía la presión de jugarme mi futuro en cada examen. No había diferencia entre hombres y mujeres, si yo quería ser Astérix, nadie podía impedírmelo. No estaba mal visto que me revolcara por el césped, porque no importaba si era propio de una señorita o no. Sólo tenía que “arreglarme” en ocasiones especiales, tales como bautizos, bodas y comuniones, y nadie iba a juzgar mi capacidad laboral o intelectual en base a ello. Nadie esperaba nada de mi más allá de que me portara relativamente bien y que fuese educada en presencia de algún extraño. Disfrutaba, en definitiva, de una libertad que hoy día considero irrecuperable. Porque me es imposible olvidar que tarde o temprano debo convertirme en un eslabón productivo de la cadena (o convertirme en un fracaso como persona), porque una vez eres iniciado en los valores morales establecidos (no olvidemos que nos “enseñan” a pensar) no puedes volver a ser inocente, y porque después de la primera clase de física y química, o introducción a las partículas subatómicas, la magia se ha perdido para siempre.